Los océanos del mundo están en constante movimiento, y con ellos, las especies que los habitan. En las últimas décadas, los científicos han observado cambios significativos en las rutas migratorias de diversas especies de peces, impulsados principalmente por el calentamiento global y las alteraciones en las corrientes marinas.
Aunque no las veamos, las corrientes marinas son como grandes autopistas submarinas que transportan calor, nutrientes y, por supuesto, vida marina. Estas corrientes son flujos constantes de agua que se mueven a lo largo de los océanos impulsadas por el viento, la rotación terrestre y las diferencias de temperatura y salinidad.
Autopistas de ballenas
— PROMAR (@FaunaPromar) February 26, 2022
Las ballenas se mueven a través de la cuenca del océano a medida que viajan entre las áreas de reproducción, dentro y fuera de las aguas nacionales e internacionales. Algunas migraciones son estacionales, otras duran todo el año pic.twitter.com/54C76ly4lE
Para muchas especies marinas, especialmente peces migratorios o en etapa larval, estas corrientes actúan como verdaderas vías rápidas de desplazamiento. Entre las más conocidas y potentes están:
La Corriente del Golfo, que transporta aguas cálidas desde el Golfo de México hacia Europa occidental.
La Corriente de Humboldt, rica en nutrientes, que recorre la costa oeste de Sudamérica y es clave para la biodiversidad marina del Pacífico.
La Corriente de Kuroshio, en el Pacífico occidental, vital para especies que viajan desde Filipinas hasta Japón y más allá.
La Corriente de California, que trae aguas frías hacia el sur de la costa oeste de Norteamérica.
La Corriente Circumpolar Antártica, la única que rodea completamente el planeta, conectando océanos y ecosistemas a escala global.
Uno de los ejemplos más fascinantes de migración asistida por corrientes lo encontramos en el noreste de Estados Unidos. Cada verano aparecen especies como el pez ángel azul o el pez mariposa temporalmente en zonas como Long Island sin explicación aparente. Los recorridos de estas y otras especies tropicales como los juereles, los pámpanos plateados o los meros punteados son una verdadera incógnita.
Estos peces, apodados “huérfanos de la Corriente del Golfo” o “perros callejeros tropicales”, son larvas que muchas veces han viajado desde el Caribe, arrastradas por esta poderosa corriente atlántica.
Todd Gardner, biólogo marino, señala que el verano de 2024 fue uno de los más espectaculares, con una presencia inusualmente alta de estas especies en aguas templadas.
Desde los años 80, el biólogo Richard McBride ha documentado cómo estas larvas llegan al norte, crecen durante el verano y luego desaparecen con el frío. A diferencia de ellas, otras especies como los jureles logran regresar activamente al sur, lo que indica estrategias migratorias diferenciadas.
Los científicos Robert Cowen y Richard Coleman han demostrado que la dispersión larvaria no es tan aleatoria como se pensaba y muchas especies permanecen más cerca de su lugar de origen, desafiando la creencia de que las larvas viajan libremente por los océanos.
Los modelos desarrollados por la NOAA, especialmente por la científica Ana Vaz, están permitiendo seguir estos trayectos con mayor precisión y esto es crucial para diseñar políticas de pesca sostenible.
Estos 'mapas' ya evidencian que los viajes de las larvas están cambiando de rumbo a medida que el actual cambio climático calienta los mares. Conforme los corales se blanquean y mueren, los sonidos y olores de las aguas profundas cambian y las crías de peces podrían perder las señales auditivas y olfativas tradicionales para encontrar arrecifes en los que asentarse. Aún queda mucho trabajo de investigación pendiente para eliminar del todo los 'puntos ciegos', pero estas pesquisas, sin duda, representan un gran avance.
Coleman, R. R., & Cowen, R. K. (2024). The strays’ mysterious origins speak to ocean-scale connectivity: Dispersal of reef fishes to Hawai‘i. Proceedings of the National Academy of Sciences, 121(20), e2510827122. ¿A dónde van los peces y por qué? Para muchas especies, nadie lo sabe | PNAS