Los lagos de alta montaña suelen evocar imágenes de naturaleza prístina e intacta. Sin embargo, muchos de estos cuerpos de agua fueron alterados hace siglos por la acción humana, y esto es algo que sucedía antes de lo que se creía hasta ahora en los ibones o lagos de alta montaña del Pirineo, según un estudio publicado en Nature por varios biólogos españoles.
Aunque hoy en día los asociamos con pesca deportiva y belleza natural, en sus orígenes muchos eran estériles, sin peces, debido a las bajas temperaturas y la escasez de nutrientes. Esto comenzó a cambiar en la Edad Media, cuando los humanos empezaron a introducir peces para garantizar su sustento y satisfacer necesidades sociales y culturales.
Desde al menos el siglo XI, existen registros de comunidades humanas, monjes y nobles que transportaban peces vivos —como truchas— a lagos remotos de montaña. Estos traslados se realizaban en recipientes de cuero o barriles, y podían implicar duras caminatas de varios días.
Las razones eran principalmente alimenticias, aunque también se valoraba el uso recreativo de la pesca en entornos naturales de difícil . Los monasterios en particular jugaron un papel importante: sus habitantes practicaban el autoconsumo y la autogestión de recursos, lo que incluía repoblar zonas acuáticas con peces comestibles.
En el caso de estos lagos pirenaicos, el estudio que realizaron estos investigadores del ADN presente en el fango del Estanh Redon o Lac Redon, un precioso lago situado en el Valle de Barrabés (Lleida), detectó que la primera señal de presencia ictícola databa del siglo VII, mucho antes que en otras zonas de Europa. Se trata de un cuerpo de agua aislado, que en la actualidad cuenta con unas 60.000 truchas
A lo largo de los siglos, las técnicas de introducción se refinaron y se identificaron las especies más resistentes al frío, como la trucha común o el salvelino ártico, y se seleccionaron lagos con las condiciones adecuadas para su supervivencia.
A pesar de que los peces tardaban años en alcanzar tamaños aptos para el consumo, la inversión a largo plazo valía la pena, especialmente en regiones con inviernos prolongados y difícil a recursos frescos.
Aunque esta práctica comenzó en la Edad Media, fue durante los siglos XIX y XX cuando las introducciones se masificaron y con el auge del alpinismo, el turismo de naturaleza y la pesca deportiva, la repoblación de lagos se convirtió en política habitual en muchas regiones montañosas de Europa y América del Norte.
Lo que se comenzó como una forma de supervivencia y aprovechamiento de recursos terminó alterando de forma profunda los ecosistemas de alta montaña.
Estos lagos, al carecer originalmente de peces, albergaban formas de vida muy específicas: insectos acuáticos, anfibios y pequeños crustáceos que se desarrollaban sin depredadores. Con la llegada de peces introducidos, como las truchas, se modificó este delicado equilibrio.
Ancient DNA extracted from a sediment core from a high-altitude Pyrenean lake in Spain shows that fish may have been added to the lake by humans as early as the 7th century CE, according to a study in @NatureComms. https://t.co/I2eqYW7u95 pic.twitter.com/fhQVjUHYoI
— Nature Portfolio (@NaturePortfolio) April 8, 2025
Los efectos no se limitaron a las especies acuáticas, sino también impactaron a aves y otros animales dependientes de las cadenas tróficas alteradas, e incluso a la química del agua y los ciclos naturales de nutrientes.
Fagín, E., Felip, M., Brancelj, A. et al. Parasite sedimentary DNA reveals fish introduction into a European high-mountain lake by the seventh century. Nat Commun 16, 3081 (2025). https://doi.org/10.1038/s41467-025-57801-x