El 2024 llega con un día de más: el 29 de febrero. Se le conoce como año bisiesto y en total tendrá 527.040 minutos y 31.622.400 segundos. Pero añadir un día al calendario cada 4 años no es ninguna casualidad, de hecho, se remonta a la antigüedad y tiene detrás una lógica científica histórica y aplastante. Responde a los entresijos que hay entre los ciclos astronómicos y nuestra manera de definir el tiempo.
Los años bisiestos nos regalan un día de más, pero en realidad, son solo un ajuste en nuestros calendarios. La Tierra tarda aproximadamente 365,25 días en dar una vuelta alrededor del Sol, pero nuestros calendarios cuentan tan solo con 365 días. La suma de los 0,25 días restantes, son un día cada cuatro años que se compensa en los años bisiestos.
El tiempo cambia depende de quién lo mida, y antiguamente muchas culturas ya habían notado que el año solar no era exactamente de 365 días. Implementaron diferentes sistemas para ajustar sus calendarios. Se cree que Julio César pudo fijarse en los egipcios para establecer el calendario juliano.
Pero la aproximación de 365,25 días que usó Julio César no es exacta. En realidad, la Tierra tarda 365.242190 días en dar una vuelta al Sol, por lo que el calendario juliano seguía generando un pequeño desajuste en el tiempo.
En octubre de 1582, el Papa Gregorio XIII quiso eliminar los errores del calendario juliano e inventó el calendario que usamos hoy en día, el calendario gregoriano. Es una versión refinada de la obra de Julio César que tiene en cuenta el tiempo real de la órbita terrestre. La diferencia esencial entre uno y otro es que solo se considera año bisiesto si es divisible por 4, pero atención, si es divisible por 100, será bisiesto solo si también es divisible por 400.
Con esta "sencilla" modificación del calendario juliano, nos mantenemos realmente sincronizados con la duración verdadera de la órbita terrestre. Si todos los años divisibles por 100 fueran bisiestos, habría demasiados días adicionales en el calendario. Pero con esta sutileza que introdujo el Papa Gregorio XIII, se corrige el error que cometió Julio César.
Por lo tanto, todo es cuestión de cómo medimos el tiempo. Estas sencillas modificaciones, en realidad son el reflejo de la capacidad humana de observar el cosmos y de adaptarse a la complejidad de los movimientos astronómicos.